El expresionismo abstracto en EEUU: pintura de acción (Pollock y De Kooning) y los campos de color (Rothko)

El Expresionismo abstracto (Escuela de Nueva York) nació en los años 40 en Estados Unidos y se difundió, décadas después, por todo el mundo. Entre los artistas más destacados: Pollock, Rothko y De Kooning.

Nace como movimiento de vanguardia (recordemos que será uno de los últimos ismos) y es también el primero en ser genuinamente estadounidense. Es el momento en el que Nueva York toma el liderazgo artístico en materia de artes plásticas después de la Segunda Guerra Mundial (arrebatándoselo a París).

A pesar de que los artistas procedían de diferentes países y su formación era diferente, todos mostraron un interés inicial por la faceta surrealista que potenciaba el automatismo en la creación de las obras. “Desde el punto de vista técnico, el Expresionismo Abstracto fue el resultado de un uso innovador del automatismo reivindicado por los surrealistas en su primera etapa, pero ahora transformado en lo que se llamó la action paiting o pintura de acción, unido al uso de grandes formatos, a los que se habían acostumbrado los pintores americanos tanto por su actividad en las grandes decoraciones de edificios públicos como por el ejemplo de los muralistas mexicanos”[footnote title=”1″]Calvo Serraller, Francisco, El arte contemporáneo”, Taurus, p. 291.[/footnote].

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“Hombre y mujer”, una de las obras surrealistas de Pollock.

Pollock (1912 – 1956) comenzó cautivado por el surrealismo, como se puede apreciar en esta obra Hombre y mujer. Pero pronto abandonó, como explica Gombrich, las extrañas imágenes que poblaban sus lienzos, sustituyéndolas por ejercicios de arte abstracto. Impacientándose con los métodos convencionales, tendió un lienzo en el suelo y vertió, goteó y lanzó pintura formando configuraciones sorprendentes.

Sin duda recordaría las historias de los pintores chinos que habían utilizado estos métodos tan poco ortodoxos, así como cierta práctica de los indios americanos, que hacen pinturas en la arena con fines mágicos. El enredo de líneas resultante satisface dos exigencias opuestas del arte del siglo XX: el anhelo de la simplicidad y la espontaneidad de la infancia, que evocan a memoria de los garabatos en una etapa de crecimiento anterior incluso a la formación de imágenes; y, en el extremo opuesto, el sofisticado interés por la problemática de la pintura pura. Por todo eso, Pollock fue aclamado como uno de los iniciadores de un nuevo estilo llamado action paiting (pintura en acción) o expresionismo abstracto[footnote title=”2″]E. H. Gombrich, “Story of Art”, Phaidon, p.470.[/footnote].

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Jackson Pollock, Convergence (1952), The Pollock-Krasner Foundation/Artists Rights

Pollock realizaba sus obras aportando a su pintura una gran carga de energía vital. Puede decirse que dicha realización constaba de dos fases.

  • Una primera fase, más autómata, donde Pollock expone el lienzo en el suelo y, como si fuera una danza, sin ningún tipo de orientación, escoge los colores al azar, de manera instintiva, y lo derrama por la superficie. No solía tener un contacto directo, sino que utilizaba la técnica del dripping, esto es, dejaba caer la pintura directamente de la brocha, la espátula o incluso el mismo bote. Cubría toda la superficie, en un enredo de líneas.
  • Una segunda fase, mucho más corta y reflexiva. unos minutos donde el artista contemplaba el conjunto de la obra e intervenía para hacer los últimos retoques.

Tal y como explica Calvo Serraller, “se trata de una pintura completamente abstracta, pero marcada por la furia gestual automática, lo que le daba un aspecto expresionista”.


Imagen relacionadaRothko (1903 – 1970) fue otro de los protagonistas internacionales del movimiento del expresionismo abstracto. Sin embargo, su obra se encuentra lejos de la de su colega Pollock.

Tal y como cuenta Simon Schama, América abría los brazos a millones de judíos que llegaban por la Isla de Ellis. Uno de ellos, un farmacéutico soñador, se llamaba Jacob. Llegó a la ciudad en 1912, con ganas de sacar a su familia de las penas de su viejo país Rusia. Sin embargo, sería un año más tarde cuando llegaría Anna, su mujer, con Mark de la mano. El pequeño Mark Rothko. Lo habitual era ver a los judíos inmersos en el bullicio de los negocios. Pero no a Jacob. Antes le encontrarían leyendo a Dostoievsky y Dickens cuando hablaba con sus hijos, que haciendo cuentas. Se había llevado consigo lo más preciado del Viejo Mundo, su cultura. Y luchó lo suficiente como para llevar a cabo el objetivo del viaje; pero a los seis meses, murió de cáncer. Mark era, para entonces, un niño atrapado por ideas poderosas y desesperado por contártelas. Leía cualquier libro que caía en sus manos. Y sus inquietudes creativas crecían por momentos, hasta convertirse en una persona que creyó que el arte podía cambiar el mundo.

Con el paso de los años, la mayoría de sus composiciones tomaron la forma de dos rectángulos confrontados y con bordes desdibujados por veladuras. Son frecuentes los grandes formatos que envuelven al espectador, con la finalidad de hacerle partícipe de una experiencia mística, ya que Rothko daba un sentido religioso a su pintura.

Lo que Rothko hacía era puramente dramático. A veces, los colores parecen luchar en la superficie del lienzo. Otras veces simplemente parecen suspenderse en una completa calma. Simon Schama explica que sus obras emanan un extraño campo de fuerza, con tanto magnetismo que cuando les das la espalda o abandonas la habitación, todavía puedes sentir su presencia.

“No son qué colores utiliza lo que hace que sus cuadros estimulen nuestros sentidos, sino lo que Rothko les hace hacer. Aunque a primera vista estas pinturas parecen inmóviles y serenas, quédense un momento ante ellas y verán que son todo lo contrario. Están en movimiento, parecen hincharse y respirar. No son cuadros que simplemente esperen a ser observados, vienen a por nosotros. Y nosotros nos abandonamos en una inmersión total”[footnote title=”4”]BBC – Power of Art – Rothko[/footnote].

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Murales en la Capilla Rothko.

Rothko se vinculó a la galería de Peggy Guggenheim, Art of This Century, y pronto se le reconocería como uno de los principales componentes de la emergente Escuela de Nueva York. A finales de los años sesenta, en medio de una crisis depresiva, pintó una serie de obras con pintura acrílica negra que evocaban su profunda melancolía. Incapaz de superar este estado de ánimo, terminaría suicidándose en 1970[footnote title=”3″]Texto para el catálogo del Museo Thyssen[/footnote].