La nueva figuración expresionista. Hopper, Francis Bacon y Antonio López

Junto a las tendencias expresionistas abstractas del Informalismo surgieron otras de naturaleza figurativa.

Este grupo de artistas es muy amplio, y podemos encontrar estilos muy diferentes entre ellos. Es el caso, por ejemplo, de los “falsos hiperrealistas”. Artistas que, a menudo, aparecen bajo la etiqueta del fotorrealismo pero que en ningún caso podemos encontrar explicación tal en sus obras. Digamos que, esta entrada, es para eliminar estos tópicos que recaen sobre la obra de Hopper o Antonio López.

 


EDWARD HOPPER
(1882 – 1967)

En 1906, viaja a Europa por primera vez. En París, experimentará con un lenguaje formal cercano al de los impresionistas. Después, en 1907, viaja a Londres, Berlín y Bruselas. El estilo personal e inconfundible de Hopper, formado por elecciones expresivas precisas, comienza a forjarse en 1909, durante una segunda estancia en París.

Su pintura se caracteriza por un peculiar y rebuscado juego entre las luces y las sombras, por la descripción de los interiores, que aprende en Degas y que perfecciona en su tercer y último viaje al extranjero en 1910 a París y a España, y por el tema central de la soledad. Mientras en Europa se consolidaban el fauvismo, el cubismo y el arte abstracto, Hopper se siente más atraído por Manet, Pissarro, Monet, Sisley, Courbet, Daumier, Toulouse-Lautrec y por un pintor español anterior a todos los mencionados: Goya.

A pesar de que durante gran parte de su vida su obra pictórica no recibió la atención de la crítica ni del público y se vio obligado a trabajar como ilustrador para subsistir, en la actualidad sus obras se han convertido en iconos de la vida y la sociedad moderna[footnote title=”1″]Comentario sobre Hopper en el catálogo del Museo Thyssen[/footnote].

Miniatura
Habitación de hotel, ©Edward Hopper, 1931.

Habitación de hotel, 1931. Representa una muchacha semidesnuda en el interior de una sencilla habitación de un modesto hotel, en medio de una noche calurosa.  Tal vez la joven acaba de llegar, y sin deshacer su equipaje, se ha quitado su sombrero, su vestido y sus zapatos y se ha sentado lánguidamente en el borde de la cama, sumida en sus propios pensamientos, con la introspección propia de las figuras femeninas de los cuadros de Hopper. Lee un papel amarillento, que según sabemos por las exhaustivas notas de Jo, se trata de un horario de trenes. [Continuar leyendo el texto de Paloma Alarcó].

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Nighthawks, Edward Hopper, 1942.

Nighthawks, HopperLa calle está vacía y dentro del local los tres clientes permanecen ensimismados, sin hablar ni mirar a nadie. El único camarero del bar parece estar mirando hacia fuera, sin hacer caso a los clientes. Las luces fluorescentes acababan de inventarse cuando se pintó el cuadro, y puede que éstas contribuyan a que el local tenga una luz tan extraña en ese ambiente tan oscuro: “Inconscientemente, probablemente, estaba pintando la soledad de una gran ciudad”.

Guillermo Solana explica que la obra de Hopper es la obra de un artista casi provinciano: paisajes americanos, protagonistas americanos… Sim embargo, gracias a la difusión de sus imágenes y su lenguaje del cine, su mundo es ahora parte de nuestro mundo. La cultura americana hoy es un modelo universal con el que todos nos identificamos.

En sus escenas siempre encontramos personas solitarias. Y, si aparecen acompañados, solo es un recurso que utiliza el pintor para acentuar la incomunicación y la soledad.

Isabel Coixet, quien reconoce haber mirado los libros sobre Hopper de arriba abajo para hacer sus películas, explica que en sus cuadros siempre está el germen de una historia, “una historia que la pones tú”.


ANTONIO LÓPEZ
(1936)

Los textos, sobre todo periodísticos, hacen hincapié en el hiperrealismo de Antonio López. Es decir, en sus aspectos de oficio meticuloso y capacidad mimética. Se trata del recurso a una etiqueta de tradición americana que quedaría en López simplificada a una técnica de representación exacta de la realidad visual, pues en general en las críticas se ha resaltado en qué medida sus cuadros consiguen parecer fotografías al óleo. Sin embargo, quien sabe algo sobre el hiperrealismo y ha visto la obra de López sabe que el artista no forma parte de este movimiento. El hiperrealismo,  de origen norteamericano, se inspira en la imagen fotográfica, e incluso la usa como soporte proyectado para conseguir, en pintura, efectos ilusionistas semejantes. Antonio López no trabaja así, y sin embargo, el error se ha repetido insistentemente en las críticas de la prensa actual. Al propio artista, como a ningún otro, le gustan demasiado las etiquetas cuando le preguntan por su estilo. En concreto, cuando le preguntan por el hiperrealismo, Antonio López rehúye la respuesta para tratar de ser cortés: “Nos apañamos como podemos, el nombre es lo de menos”.

Pese a la apariencia clásica de su pintura figurativa, Antonio López es también un artista muy de su tiempo, imposible de valorar a través de fotografías. Lo expresó muy bien Guillermo Solana, comisario de la exposición en el Museo Thyssen, cuando afirmó que su pintura está más cerca de un Pollock que de las obras de Richard Estes:

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Una de sus vistas sobre la ciudad de Madrid. Antonio López.
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Una de las vistas sobre Gran Vía, de Antonio López.

Muchas veces el público que sólo ha visto a Antonio a través de reproducciones interpreta mal su pintura y piensan que Antonio es el mejor hiperrealista del mundo. El pintor que pinta las mejores fotografías al óleo sobre lienzo y no hay nada más opuesto a lo que es la obra de Antonio que eso. Venir a ver estas pinturas es venir a ver unas superficies llenas de inscripciones, de tachaduras, de agujeros, de manchas… Hay una inmensa riqueza de sucesos pictóricos en la superficie de las pinturas que no se ve en las reproducciones (Solana, 2011).

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Lavabo y espejo, Antonio López.

Es decir, una evocación dramática que va más allá de la representación. El hiperrealismo americano deslumbra e impresiona, pero no cuenta nada interesante desde el punto de vista dramático. En la pintura de Antonio López, sin embargo, es muy importante lo que se quiere contar al espectador. Por ejemplo, Calvo Serraller apunta bien cuando ve en “Estudio con tres puertas”, y cito textualmente, “la mejor réplica que se ha hecho de Las Meninas, de Velázquez” (Calvo, 2011).  No es un dibujo con objeto de representar lo más fiel posible la realidad, a la manera que puede hacerlo la fotografía.  Porque López sí narra en sus cuadros de temas aparentemente banales, como narraba Velázquez, aunque nunca se sepa desenmascarar del todo lo que nos dicen las Meninas. Es un tema dramático, desde luego, pero que trasciende el mero momento histórico de un instante en el Alcázar Real de Madrid. Del mismo modo, en el cuadro de López el instante efímero es trascendido, superado, y lleva una enorme dosis de reflexión sobre el paso del tiempo, como supo ver Erice cuando hizo su famoso documental El sol del membrillo que trata simbólicamente del sueño de la muerte, de la luz que se extinguirá al final de una vida. No olvidemos que el membrillo es una fruta tardía, iluminada por la última luz de septiembre, en el otoño del año (Ehrlich, 2000: 14). En general, como la tradición barroca de las vánitas en la que se inspira, la obras de Antonio López hablan del paso del tiempo, pero también de lo eterno en lo más vulgar y ordinario. La vida misma como verdad, con sus luces y sombras.