Cuatro claves para entender una obra en un museo

Zuriñe Lafón
@zurinelafont
Tenemos todos una mala costumbre en los museos: ver las obras (todas las de todas las salas) cumpliendo cada uno de los siguientes pasos. Primero: acercarse a la obra. Segundo: Inconscientemente, intentar buscar un movimiento que cumpla las características para sentirnos algo más seguros ante el desconocimiento que nos provoca (¿impresionismo?, ¿expresionismo?, ¿pop?). Tercero: ver que no encontramos ninguno. Cuarto: leer el cartel que acompaña a la obra; algo así como ‘Silencio XXI’, de Skaier Hskaoie, año 1930. Quinto: darnos cuenta de que no nos ha servido de nada, asentir y volver a cumplir el paso 1 con la obra siguiente. Y así, perdónenme, un museo es un auténtico aburrimiento.

Si esto no nos ocurre, el otro caso es que conozcamos la obra. Y lo digo así, recalcando la palabra, porque es lo que nosotros creemos, pero no lo que ocurre en realidad. No la conocemos, simplemente la reconocemos. Vamos al Prado, vemos las Meninas, y nos creemos seguros ante ella porque, ¡ah, esta obra ya sé cuál es! Y lo peor (y lo mejor) de todo, es que no sabemos nada sobre ella. De ahí las barricadas que se organizan frente a Mona Lisa en París o los dos guardias de seguridad que tienen que custodiar el Guernica de Picasso en el Reina Sofía. Vamos a proponer desde aquí unos consejos para que nos ayuden un poquito en la comprensión de las obras en un museo. Pero, sobre todo, para que podamos pasárnoslo bien. Un rápido juego: prueba a preguntar a las obras estas preguntas, verás cómo todo cambia. Y, por cierto, no veas todas, sólo unas pocas de todo el museo (Diez consejos antes de entrar en un museo).

1. Qué haces ahí
Comienza por preguntarle a la obra que tengas delante: qué haces ahí. ¿Por qué estás aquí y no en otro lado? O por qué ese edificio esta en esa calle y no en otra. ¿Se hizo la obra para el museo? ¿O se hizo en otra parte y ha sido trasladada allí? Recuerda que hay encargos que hizo un rey, un papa o un mecenas para uso privado. Y también recuerda que muchos artistas crean directamente para exponer en museos. No importa, no hará que algo sea más o menos arte, pero mejor tenerlo en cuenta para comprender un poco más de la obra.

Pensemos, por ejemplo, en La Venus del espejo de Velázquez que cuelga de las paredes de la National Gallery de Londres. Cómo cambia la historia si recordamos que el encargo lo hizo el marqués del Carpio, un cortesano libertino estrechamente relacionado con el rey Felipe IV de España, para que decorase sus aposentos personales y privados, y a una altura de dos metros, por si alguna mujer pasaba por allí, pudiera no verlo apartando la mirada.

2. Quién te ha hecho
En esa insistencia tan tonta de mirar el cartel que acompaña a la obra hay algo de acertado: saber quién ha hecho la obra puede ayudarnos a comprender un poco más. Sobre todo en el arte contemporáneo, cuando el artista toma el mando y las obras se vuelven voluntariamente reflejo del mundo personal por el que atraviesa, por ejemplo, el pintor.

Fijémonos en la siguiente obra. Pensaremos: parece un Pollock. Y si es o no lo es, lo cambia todo. Porque si no lo es, la obra no tiene ninguna novedad, digamos que ‘ya estaba inventado’. Un pollock lo podemos hacer cualquiera (y si no lo crees, prueba aquí). Pero, si es un pollock, estamos directamente ante el lienzo frente al que él estuvo, descubriendo por primera vez el automatismo y esa forma tan original de expresarse y enfrentarse al cuadro tumbado en el suelo, prácticamente andando sobre él.

3. Quién te ha mandado hacer
De dónde viene el encargo: ¿de un Papa?, ¿un rey?, ¿un mecenas? Más preguntas, ¿fue un regalo?, ¿lo vendió?, ¿por cuánto? Y más, ¿el encargo es público?, ¿o fue privado y lo puso en su palacio para solo disfrutarlo él? O, aunque sean casos excepcionales, ¿fue realizado por deseo personal del artista?, ¿hizo lo que quiso y como quiso, sin reglas ni requisitos de nadie superior?

Juan de Pareja está en el Metropolitan Museum de Nueva York. Lo pintó Velázquez, pero no fue ningún encargo, sino un ensayo que resultó para muchos mejor que el resultado final, el tremendo retrato de Inocencio X (este sí, encargo personal del mismísimo pontífice de Roma). Pongámonos en situación: un pintor español es llamado expresamente a Roma a pintar un retrato del natural. Así que Velázquez pintó antes, como ensayo, a Juan de Pareja, esclavo suyo, disfrazado y ataviado elegantemente. Es importante, en este caso, entender que no fue un encargo, de ahí su valor.

4. Para qué te hicieron
Pregúntale: ahora estás en un museo porque nos gusta tenerlo todo ordenado pero, ¿dónde has estado? y, sobre todo, ¿para qué servías? Si es que servías para algo, claro.

El Guernica de Pablo Picasso. Ahora descansa en el Reina Sofía, entre otras cosas porque ya no puede más. Literalmente. Está muy débil debido a todos los viajes que ha vivido. Como ya sabemos fue un encargo del bando republicano durante la Guerra Civil española. Es decir: propaganda. Así que estuvo viajando por toda Europa y sirviendo como decorado de fondo de muchas de las conferencias de políticos. Picasso no pintó el Guernica para decorar las paredes del museo.

Estas cuatro preguntas no son un milagro, pero pueden ayudar a comprender mejor las obras. El arte contemporáneo no se entiende sin voluntad por entenderlo. Mejor ver pocas obras y bien, que muchas y mal. Acabaremos cansados y hartos de ver cuadros. Tenemos muchas herramientas a nuestro alcance (la propia página web del museo está bien para empezar) para informarnos de aquello que vamos a ver. De verdad, la visita no tendrá nada que ver, ¡prometido!